José Carlos Alvarado Carrillo*
Lorena Suárez Álvarez
Universidad Autónoma de Querétaro, México
Recibido el 29 de mayo de 2023, aceptado el 30 de octubre de 2024.
La identidad forjada en los espacios públicos desde su diseño, la conferida por la apropiación de sus usuarios y la contextualidad de los sitios afectan persuasivamente la conducta humana. Un espacio con características, elementos, equipamiento, dinámicas sociales y agentes sensoriales determinados puede promover las manifestaciones de violencia, acentuando roles, conductas y actitudes negativas, y promoviendo sentimientos y emociones que conducen a la violencia. La presente obra aborda la psicología ambiental, la percepción, la violencia y los espacios públicos urbanos, con el objetivo de confirmar la relación teórica entre la identidad de un espacio, los aspectos sociales, los agentes morfológicos identitarios y la conducta humana violenta, exponiendo la percepción y cognición de las personas usuarias y los procesos que definen una identidad espacial violenta. El análisis se basa en una revisión bibliográfica de las relaciones entre la identidad, el entorno, la conducta violenta, las actitudes ambientales, los sentimientos evaluativos y las emociones. Los resultados se suman a los de investigaciones previas que exponen la interrelación del entorno con la conducta humana, permitiendo vislumbrar la relevancia de la experiencia de la ciudadanía en el diseño e intervención de espacios públicos.
Palabras clave: ciudadanía, conducta violenta, espacio, identidad, procesos identitarios, socioespacialidad.
The identity forged in public spaces from their design, the one conferred by the appropriation of their users and the contextuality of the sites persuasively affect human behavior. A space with certain characteristics, elements, equipment, social dynamics and sensory agents can promote manifestations of violence, accentuating negative roles, behaviors and attitudes, and promoting feelings and emotions that lead to violence. This paper addresses environmental psychology, perception, violence and urban public spaces. The objective is to confirm the theoretical relationship between the identity of a space, socio-spatial aspects, identity morphological agents and violent human behavior, exposing the perception and cognition of users and the processes that define a violent spatial identity. The analysis is based on a literature review of the relationships between identity, environment, violent behavior, environmental attitudes, evaluative feelings and emotions. The results integrate to those of previous research that expose the interrelationship between the environment and human behavior, allowing us to glimpse the relevance of the experience of citizens in the design and intervention of public spaces.
Keywords: citizenship, violent behavior, space, identity, identity processes, socio-spatiality.
La identidad de los espacios públicos, la apropiación de las personas usuarias y los factores ambientales influyen persuasivamente en la conducta, acarreando comportamientos socialmente aceptables o inaceptables como consecuencia. Es decir, nuestro entorno envía mensajes que nos condicionan, nos dice constantemente cuáles comportamientos son adecuados y cuáles no. Por ejemplo, un espacio con características facilitadoras de la violencia (con identidad espacial violenta) acentuará roles, conductas y actitudes negativas (Dávila Valencia, Ortiz Silva y Sánchez Rincón, 2017). Las ciudades son, finalmente, la expresión física de las sociedades que las habitan (Col·lectiu, 2019), y conminan a actuar bajo los valores y paradigmas que dicha sociedad sustente.
La psicología ambiental es un campo teórico y aplicado interdisciplinar que estudia la relación entre las personas y su entorno (Villanueva, 2018); contempla las variables humanas y las espaciales que afectan la conducta y actitudes de individuos, grupos y comunidades: examina la influencia del ambiente en la experiencia humana (Martinez Soto, 2019). Los estudios en este campo, como el de Rosas Cruz et al. (2021), generan un marco teórico para predecir la respuesta humana ante factores ambientales y circunstanciales que, bajo una visión ética, se ha aprovechado en distintos rubros. Ejemplo de ello es el caso de la tercera revolución urbana, caracterizada por un crecimiento masivo en algunas ciudades y que, según Martínez (2019), dejó una preocupación por el impacto del entorno urbano en el bienestar y el comportamiento humano que fue en parte disipada gracias a la psicología ambiental.
Finalmente, esta investigación pretende sumarse a dicho marco teórico, facilitando un modo de evidenciar la relación entre los elementos espaciales que promueven una identidad violenta y dictan conductas indeseables. Contar con más información sobre los agentes morfológicos identitarios es incentiva suficiente para promover el diseño de espacios que disuadan de la violencia desde su bosquejo.
Mercado (2017) define la identidad como la unidat multiplex: la diferenciación del entorno. Esto es, cómo un sistema se diferencia no sólo de otros sino también de su entorno a través de la combinación de sus partes. Bajo esta premisa, un lugar se identifica por los elementos físicos (equipamiento y configuración), sensoriales, funcionales y simbólicos que lo conforman. La percepción de estos componentes diferenciadores, denominados agentes morfológicos identitarios, depende de varios aspectos socioespaciales. Mercado (2017) también lista los elementos que intervienen en el proceso constructivo de la identidad urbana, esenciales para el análisis identitario y el de correlación entre la identidad y la conducta humana:
La relación con agentes externos e internos: la interacción de los elementos fuera y dentro de un espacio, y las dinámicas internas de este.
La pertenencia o apropiación del espacio: la participación de los aspectos socioespaciales, como la conducta territorial en la integración de la identidad espacial.
La permanencia: el desarrollo de identidad en el tiempo debida a las historias, marcas y experiencias que suceden en un sito.
El reconocimiento de un sistema por sí mismo: la consciencia de “ser como se es”, que refiere a procesos cognitivos en la población.
La presente investigación se enfoca en los aspectos socioespaciales relacionados con los agentes morfológicos identitarios de los sitios públicos urbanos facilitadores de violencia. En ese sentido, hay que recordar que la información recibida del entorno se codifica de manera subjetiva, y aunque existen numerosos factores que influyen en la percepción, el género es uno de los principales (Forero La Rotta y Ospina Arroyave, 2013).
A su vez, un espacio público es claramente identificable para la ciudadanía en la medida en que se encuentre disponible para el uso directo. El rol del espacio público para el desplazamiento, la recreación o el trabajo se entiende de acuerdo con las necesidades de cada individuo, grupo social, sector, género u ocupación y constituye un derecho inalienable (Pérez, 2004).
La psicología ambiental aporta una visión compleja y sistémica sobre el comportamiento humano en su relación con el entorno urbano, su planeación y evalúa la influencia de factores causales, aspectos conductuales y problemáticas sociales, como la violencia. Rosas Cruz et al. (2021) expusieron la influencia del ambiente en el comportamiento humano, al igual que su relación con las personas y las comunidades. En específico, sostienen que los elementos de la naturaleza generan emociones y promueven conductas afectivas, de explotación o de empatía.
Entre los agentes morfológicos identitarios y las personas usuarias se lleva a cabo un diálogo; es decir, dichos agentes deben ser capaces de transmitir la información necesaria para que los cambios que dan forma ocurran (Mercado, 2017). El presente análisis se vale de las teorías sobre las formas regulares de comunicar verbalmente (no verbalmente en el caso de los agentes sociales) y el concepto de affordance propuesto por J. Gibson (1979), que describe cómo la realidad (los agentes físicos) comunica de manera directa información sobre su carácter, identidad y formas de interacción.
Ya que queda fuera de los objetivos de este artículo la definición de las formas de comunicación verbal y no verbal, no se ahondará en ello. Aun así, lo anterior no implica que dichas maneras se excluyan del reconocimiento o la percepción de los agentes morfológicos identitarios. Por otra parte, la noción de affordance proviene de la psicología cognitiva, en concreto, de la teoría ecológica de la percepción visual propuesta por J. Gibson a finales de los años 70. Los affordances son las posibilidades de acción que ofrece el entorno para ser percibidas y aprovechadas por los humanos. Madrid (2020) explica, con base en lo dicho por Gibson (1979), que no es necesario que una persona esté familiarizada con los objetos del entorno (equipamiento, hitos, monumentos, árboles o la propia configuración del lugar), sino que estos “resuenan” con la anatomía o el comportamiento humano y le indican cómo interactuar con ellos.
Ahora, la interpretación del mensaje o carácter de un sitio que emiten los agentes morfológicos será codificada de acuerdo con el marco cultural, y en consecuencia la identidad que construyen los agentes será percibida de manera subjetiva. Por ejemplo, un espacio abierto o una frontera (agentes físicos ambos) contribuirán en la percepción de una identidad violenta o no, en función de la cultura e ideología vigente. En pocas palabras, existen aspectos socioespaciales que delatan los sitios con identidad violenta: la forma como estos aspectos nos llevan a relacionarnos o nos afectan pueden predisponernos a la violencia.
El estrés ambiental funge como detonador de las múltiples manifestaciones de violencia; ocurre cuando las demandas del entorno exceden la capacidad adaptativa de un organismo. Causa efectos psicológicos y biológicos cuya percepción resulta de la interpretación subjetiva del significado del evento y de la evaluación de los recursos de afrontamiento ante los factores estresantes (Ortega Andeane, Mercado Doménech, Reidl Martínez, y Estrada Rodríguez, 2016, pág. 15). La evaluación de eventos o experiencias ambientales estresantes generalmente se asocia con demandas adaptativas fuertes, sin embargo, los individuos las etiquetan como estresantes solo cuando experimentan una respuesta emocional negativa. Si bien las emociones no son las responsables de detonar una conducta violenta, sí generan actitudes y sentimientos, y son el preámbulo de respuestas conductuales que llevan al individuo a un estado motivado (Ariza Ampudia, 2018).
Se encuentra en el sentido común la idea de que la alta densidad en espacios públicos produce estrés; por tanto, sería lógico considerarla en este análisis conductual, sin embargo, esta condición a menudo está ligada a eventos poco estresantes, como conciertos o conferencias. El interés se encuentra, entonces, en el hecho de percibirse en hacinamiento, el sentimiento negativo surgido de la densidad y la evaluación subjetiva que lleva a concebir una restricción para desenvolverse con libertad en el espacio.
En este contexto, el término densidad se limita a las características físicas de una situación y refiere al número de personas en un área dada. A su vez, el hacinamiento (aglomeración) involucra la percepción del individuo sobre las restricciones adjudicadas al espacio (Holahan, 2012). No obstante, según Lentini y Palero (1997), no hay un concepto universal de hacinamiento, solo puede referirse a un umbral a partir del cual se el uso del espacio se considera excesivo; empero, tal límite varía con el desarrollo social, el momento histórico y la cultura.
Al igual que el hacinamiento, la facilidad que proveen los espacios construidos para el manejo de la privacidad tiene injerencia en la salud, las emociones y los sentimientos de las personas (Álvarez Ramírez y Delgado Meza, 2017). Dentro de este análisis se considera la privacidad como el control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que uno pertenece (Valera, 1999). Puede entenderse como el control de la propia interacción social o contacto con los demás, y de la información ofrecida durante dichos intercambios. Según Altman, una persona impone a los otros un grado de acceso a su “yo” para cada situación, alcanzando el óptimo en el equilibrio logrado entre lo deseado y lo obtenido (Holahan, 2012).
El espacio puede ser regulador en el proceso de interacción entre el entorno y los otros (Valera, 1999), permitiendo la exploración mediante el acceso visual o facilitando el contacto visual entre individuos (la exposición). De igual manera, hay factores sociales y culturales en el proceso, pues las personas tienden a relacionarse con sus semejantes y distanciarse de aquellos que juzgan diferentes. El diseño panóptico de la urbe es un ejemplo vigente y socialmente aceptado (aunque éticamente cuestionable) de cómo se puede influir en la regulación de la privacidad, pues habilita la vigilancia constante, minimiza el acceso y maximiza la exposición, representando incluso una forma de control, una expresión de poder.
La territorialidad es un sistema básico de comportamiento característico de los seres vivos que favorece la autoidentificación y el desarrollo endógeno; pero también influye en la conformación y el desarrollo de una identidad comunitaria (Herrán Gómez, Torres Toukoumidis y Afonso Gallegos, 2019). El ser humano es territorial y ha inventado modos de defender lo que considera su propiedad, a veces con violencia. El presente análisis contempla las cuatro categorías establecidas por Altman (1975):
Marcadores: objetos colocados estratégicamente como indicadores de posesión del lugar.
Etiquetas: Denominadores textuales o símbolos gráficos.
Despliegues ofensivos para evitar la invasión.
Inamovilidad: ocupación prolongada de un sitio.
Como ya se expuso con anterioridad, parte importante de este análisis debe guiarnos a la manera de generar identidad. Dicha tarea ya puede intuirse ante la participación de la territorialidad y el proceso de pertenencia, que, según Mercado (2017), no se refiere específicamente a la ubicación geográfica donde ocurre la identidad, sino al espacio de apropiación de una comunidad y la personalidad que este adquiere.
Con la finalidad de evidenciar la relación entre los entornos social y físico, la conducta humana y la identidad de un sitio, se expone una serie de interrogantes respecto a la participación de aspectos socioespaciales y agentes morfológicos identitarios en la conformación de un sitio con identidad espacial violenta. Se destaca cómo las personas, a través de la percepción y la cognición ambiental, evalúan su entorno y derivan sus formas de comportamiento. De igual manera, se recalca la conveniencia de conocer estas relaciones para guiar el diseño de espacios con identidades no violentas.
Se consultaron varias fuentes bibliográficas con el objeto de identificar cómo se relacionan teóricamente la socioespacialidad y la morfología identitaria para generar emociones, actitudes ambientales y sentimientos evaluativos que predisponen a la violencia en las personas que participan del espacio público. Se realizó una revisión bibliográfica durante principios de 2022 y finales de 2024, considerando artículos de revistas indexadas preferentemente con una antigüedad no mayor a 5 años, además de tesis y libros relacionados con urbanismo feminista, espacio público, identidad, psicología ambiental, percepción y cognición ambiental, apropiación y violencia. Se consideraron 21 registros en total, incluidas las publicaciones recomendadas por docentes y asesores de la Maestría en Arquitectura de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Querétaro.
Finalmente, es necesario aclarar que la metodología se plantea contribuir a la discusión existente y ampliar el marco teórico sobre la relación entre los agentes morfológicos identitarios que promueven conductas indeseables al conformar una identidad espacial percibida violenta. No es el objetivo del presente estudio resolver los propios cuestionamientos planteados en el artículo, sino generar más bases para el diseño de espacios que disuadan de la violencia.
Los aspectos socioespaciales y agentes morfológicos identitarios de un sitio público pueden generar sensaciones negativas según estudios en proxémica, por ejemplo, agobio, incomodidad, distracción e inhibición de los deseos de trabajar. El conocimiento del ámbito proxémico puede mediar el diseño de espacios que conduzcan a un fin, así como lo mencionan Asún Dieste et al. (2020), al asegurar que los elementos del entorno ayudan a generar un clima que inste a las buenas conductas.
Hay que distinguir que las dificultades de orden proxémico en el espacio van allende las sensaciones negativas y los sentimientos que estas despierten, pues perjudican además la comunicación, merman el entendimiento y afectan las relaciones hasta desatar conflictos. Algunos aspectos proxémicos, comprendidos entre las características socioespaciales son el uso del espacio, la disposición del mobiliario y el espacio personal (Asún Dieste, Romero Martín, Aparicio Herguedas y Fraile Aranda, 2020). Para ilustrar, los agentes morfológicos identitarios físicos en el espacio y la disposición en que se encuentran transmiten un mensaje; como ya se ha mencionado, un elemento puede acentuar roles, ser herramienta u obstaculizar la comunicación. De igual manera, la ubicación de las personas al interior de un espacio puede estar cargada de significación, por ejemplo, fortalecer la percepción de un docente como autoridad puede evitar comportamientos disruptivos a costa de dificultar la interacción (Asún Dieste et al., 2020).
El hacinamiento trae consigo consecuencias negativas, como la falta de control sobre el grado de privacidad, tanto en el nivel de exposición como en el de acceso visual. Su relevancia recae en la salud mental y emocional de los usuarios. La ausencia de privacidad y libre tránsito restringen el desempeño normal de las funciones destinadas en el espacio y la libre elección de contacto entre individuos. También existen estudios que evidencian cómo el hacinamiento genera tensiones sociales y emocionales, intensificando las respuestas negativas (Lentini y Palero, 1997). En América Latina, la aglomeración en las cárceles se ha concebido como un problema extremadamente grave, ya que es uno de los factores que afecta la salud mental de los reclusos, provoca sufrimiento, comportamientos autolesivos e incluso el suicidio (Chará, 2021).
Las personas presentan actitudes frente a las situaciones, los elementos del entorno o el ambiente en general, incluyendo otras actitudes. Según Castro (2001), el estudio de las actitudes ambientales y su influencia sobre la conducta humana puede contribuir a la solución de problemáticas ambientales y sociales fundamentadas en identidades espaciales violentas. La observación, documentación y análisis actitudinal provee información para identificar estímulos ambientales que disuaden —o incitan—conductas humanas específicas. De esa manera, hay una conexión directa y sutil de los estilos de vida individuales y colectivos, la cultura y las creencias con los problemas y con la formulación de estrategias ambientales; reconocerla es admitir que el comportamiento coherente, visible y sostenido, como el de minorías activas que se apropian de un espacio, provoca cambios culturales significativos y relevantes en la identidad espacial (Castro, 2001). Es decir, dichas actitudes pueden ser denominados agentes morfológicos identitarios. En resumen, según Castro (2001), es posible incentivar el comportamiento adecuado con normas sociales, pero también a través del espacio, las actitudes, creencias y valores organizacionales y sociales.
Los seres humanos están biológicamente equipados con sistemas que les permiten interactuar con su ambiente: un aparato esqueletomuscular para desplazarse en el medio, sistemas sensoriales para percibirlo y un sistema cognitivo para entender el contexto y planificar acciones (Forero La Rotta y Ospina Arroyave, 2013). Desde las sensaciones básicas, como textura, temperatura y olor, hasta la forma como nos proyectamos en las cosas, somos capaces de apropiarnos de ellas y convertirlas en experiencias significativas (Ariza Ampudia, 2018).
El modo en que una interacción (experiencia) se desarrolla depende de su contexto. Pueden variar los agentes morfológicos identitarios: la iluminación, las cualidades espaciales, el tipo de actividades o el marco cultural y social; no obstante, las experiencias son subjetivas y, por tanto, las diferencias en términos de género, edad, pericia y cultura pueden modificar cómo las percibimos (Forero La Rotta y Ospina Arroyave, 2013). En suma, la respuesta a la interacción con objetos tiene que ver con el desarrollo cognitivo, la historia y el contexto cultural de las personas (Ariza Ampudia, 2018).
Por otro lado, dichas interacciones generan una afectividad para con los objetos (Ariza Ampudia, 2018). Luego de que un agente morfológico cumple su función práctica y es fácil de usar, las personas buscan satisfacer otras necesidades más elevadas en ellos; un ejemplo sería una frontera, que no solo debe delimitar un espacio, sino lograr que sus usuarios se sientan seguros en él (Ariza Ampudia, 2018). La experiencia, para fines del presente estudio, pude definirse como la consciencia de los efectos psicológicos provocados por la interacción con un producto o agente identitario, incluyendo el grado en que nuestros sentidos son estimulados: atribuimos significados, valores y reconocemos los sentimientos y las emociones que se suscitan. Se refiere a acontecimientos de la vida singularmente significativos tanto cognitivos como afectivos (Ariza Ampudia, 2018).
La emoción prepara al organismo para que ejecute eficazmente la conducta exigida por las condiciones ambientales, movilizando la energía necesaria y dirigiendo la conducta (perseguir o evadir) hacia un objetivo determinado (Ariza Ampudia, 2018). Así, “las funciones sociales de la emoción son: facilitar la interacción social, controlar la conducta de los demás, permitir la comunicación de los estados afectivos, o promover la conducta prosocial” (Chóliz Montañés, 2005).
Una función fundamental de las emociones es la motivación, puesto que “energiza(n) la conducta motivada. Una conducta ‘cargada’ emocionalmente se realiza de forma más vigorosa” (Chóliz Montañés, 2005). Las dos principales características de la conducta motivada son la dirección y la intensidad (Chóliz Montañés, 2005).
En la conformación de una identidad comunitaria influye la territorialidad. Algunos grupos indígenas han vivido transformaciones que no las han despojado del núcleo de sus tradiciones. Su identidad atraviesa un proceso de desarrollo ontológico, donde el conocimiento innovador se adapta al acervo previo, gracias en parte a la conservación y la conducta territorial (Herrán Gómez, Torres Toukoumidis y Afonso Gallegos, 2019). Herrán et al. (2019) afirman que la transformación descrita es parte de un desarrollo endógeno vinculado con la organización geográfica. En este caso, el territorio permite a la población tejer una estructura social que ayuda a discernir y regular los cambios. La preservación de su territorio favorece la práctica de consensos, priorizando la sostenibilidad cultural de las nuevas generaciones. Prescindiendo de la acumulación, dichas comunidades han aplicado todos los saberes y talentos a su alcance para construir su presente y asegurar su futuro, mediante la noción de relacionalidad que implica la colaboración intercultural (fronteras permeables) (Herrán Gómez, Torres Toukoumidis y Afonso Gallegos, 2019). Entonces, el territorio no es solo una demarcación con dimensiones geométricas, es además el espacio apropiado donde la comunidad interactúa y materializa los cambios que le dan identidad, que la distinguen, y es un conjunto de elementos vinculados profundamente con los seres humanos.
La investigación confirma la interrelación de la identidad de un espacio con la conducta, entre ellas la violenta. Se distingue en los estudios una clara influencia del entorno y las dinámicas sociales sobre las actitudes ambientales, sentimientos evaluativos, emociones, roles y percepción de las personas, afectándolas de diferentes maneras dependiendo de factores como la cultura, la edad, el género y las experiencias previas. Queda claro que el espacio público es un sitio del cual disfrutar y al que se tiene derecho, y cuya identidad fluctúa con el actuar de las personas en relación con aspectos socioespaciales y agentes morfológicos identitarios. A todas luces, la percepción de la identidad espacial varía en función del uso que hacen del espacio, y este a su vez posibilita la realización de las actividades cotidianas. De manera más específica, las personas llegan a disponer, apropiarse, percibir o evaluar el espacio en la medida que este facilita o dificulta sus actividades e interacción con las personas.
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