La actividad física como factor indispensable para el envejecimiento saludable


Dante Mauricio Pola Santoyo

Universidad Autónoma de Querétaro (México)

dante.pola@uaq.edu.mx

https://orcid.org/0009-0009-5898-5969

Elizabeth Rodríguez Santillán

Universidad Autónoma de Querétaro (México)

elizabeth.rodriguez@uaq.edu.mx

https://orcid.org/0000-0001-8128-476X


Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons BY-NC-SA 4.0

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.14779684

Sección: General

Recibido: 14 de noviembre de 2024

Aceptado:9 de enero de 2025

Publicación: 12 de marzo de 2025


Resumen

La población mundial envejece a un ritmo acelerado por lo que se tiene una necesidad urgente de desarrollar programas de prevención, intervenciones efectivas y herramientas de diagnóstico para prevenir con antelación enfermedades y discapacidad en el adulto mayor; así como también prolongar la vida saludable y reducir como consecuencia la carga en los sistemas de atención de salud relacionada con el incremento poblacional de adultos mayores. Entre las medidas preventivas de enfermedad y de discapacidad en el adulto mayor, se puede considerar a la actividad física que representa un enfoque no farmacológico y prometedor para mantener, retrasar y/o mejorar la estructura y función cerebral a lo largo de la vida. Además, es accesible, segura y rentable. El objetivo del presente ensayo es hacer énfasis en los beneficios de la actividad física que se practica de forma regular en el adulto mayor. La actividad física tiene efectos positivos en la salud: disminuye considerablemente el riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión y las enfermedades coronarias, además de disminuir el riesgo de caídas. En la salud mental mejora el estado de ánimo y disminuye el riesgo de presentar depresión o ansiedad además de favorecer procesos cognitivos como la memoria, disminuyendo a su vez el riesgo de presentar demencias.

Palabras clave: actividad física, envejecimiento, prevención de caídas.

Physical activity as an indispensable factor for healthy ageing

Abstract

The population in the world is aging at an accelerated rate so there is an urgent need to develop prevention programs, effective interventions, and diagnostic tools to prevent disease and disability in older adults; as well as to prolong healthy life and consequently reduce the burden on health care systems related to the increase in the elderly population. Among the preventive measures for disease and disability in older adults, physical activity can be considered. It represents a non-pharmacological and promising approach to maintain, delay, and/or improve brain structure and function throughout life. It is also accessible, safe, and cost-effective. The objective of this essay is to emphasize the benefits of regular physical activity in older adults. Physical activity has positive effects on health: it considerably reduces the risk of chronic diseases such as diabetes, hypertension, and coronary heart disease, as well as decreasing the risk of falls. In terms of mental health, it improves mood and reduces the risk of depression or anxiety, as well as promoting cognitive processes such as memory thereby reducing the risk of developing dementia.

Keywords:Physical activity, ageing, fall prevention.

Introducción

En los últimos años se ha hecho visible el aumento demográfico y epidemiológico de la población mayor de 60; lo anterior gracias al avance en intervenciones sanitarias: las vacunas, el acceso a servicios de salud, la urbanización entre otras, así como también a la disminución de los nacimientos (Latorre-Santos, 2019).

Alcanzar una mayor esperanza de vida es un logro largamente perseguido, sin embargo, paradójicamente este logro viene asociado a una serie de preocupaciones que generan nuevos desafíos para proveer de salud y calidad de vida a personas de más de 60 años.

A medida que las personas envejecen, sus funciones celulares y tisulares en todos los sistemas corporales se reducen y producen cambios. En este contexto, se induce a un estado proinflamatorio que desencadena un factor de riesgo de múltiples morbilidades, deterioro físico, cognitivo, sarcopenia, fragilidad y muerte (Fhon et al., 2023).

A consecuencia de lo anterior, resulta indispensable buscar acciones que contribuyan positivamente en el estado de salud y calidad de vida en el envejecimiento. Entre estas medidas se puede mencionar: los hábitos de alimentación, el cuidado de la salud mental y la actividad física; siendo esta última un componente fundamental y que ha mostrado tener múltiples beneficios para el adulto mayor (Ericksona et al.,2011).

La actividad física mejora la salud general y reduce el riesgo de enfermedad coronaria, de accidentes cerebrovasculares, de ciertos tipos de cáncer, de diabetes tipo 2, obesidad, hipertensión, osteoporosis, disminuye el riesgo de caídas, además de mejorar la salud mental y el estado de ánimo. La actividad física es además fácilmente accesible, segura y potencialmente rentable (Domingos et al., 2021). En el presente se hace hincapié en cómo la actividad física podría contribuir a disminuir la fragilidad y el riesgo de caídas del adulto mayor.

Desarrollo

Según el informe de la Organización Mundial de la Salud sobre el envejecimiento, el número de personas ≥ 65 años aumentará aproximadamente a 1,600 millones en 2050 y comprenderá el 16% de la población mundial (Lin et al., 2020).

El envejecimiento, es un proceso biológico normal caracterizado por un declive constante en varias funciones fisiológicas que llevan a un deterioro paulatino tanto físico como cognitivo (Juan y Adlard, 2019). Se asocia con mayor presencia de enfermedades crónicas y limitaciones funcionales (Sánchez-Sánchez et al., 2022). Lo anterior conduce a reducir la reserva funcional general y a limitar la capacidad de un individuo para responder a los factores estresantes agudos.

En 2012 en los adultos de 60 años o más, la prevalencia de discapacidad medida a través de la limitación en las actividades de la vida diaria (AVD) en México fue de 22% según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición y del 31% de acuerdo al Estudio de Salud y Envejecimiento en México (esenam). La esperanza de vida para los adultos de más 60 años en México oscila actualmente alrededor de 22 años más; sin embargo, en promedio 3.9 de estos años se viven con limitaciones funcionales (Cabrero Castro et al., 2021).

Riesgo de caídas asociado al envejecimiento

Entre las personas mayores, las caídas son eventos que afectan negativamente a la salud y conducen a discapacidad y mortalidad (Xu et al., 2022). Hasta un tercio de los adultos mayores se caen al menos una vez en el transcurso de un año. Las caídas y el miedo a caer contribuyen a restringir paradójicamente la actividad física como estrategia para reducir el riesgo percibido, lo que resulta en realidad en menor actividad física que se relaciona a mayor riesgo de caídas (Lusardi et al.,2017) aumento de ansiedad e incluso depresión (Ang et al., 2020).

Lo anterior genera en el adulto mayor un círculo vicioso en el cual limitará su nivel de actividad por temor a caerse pero simultáneamente desarrollará las consecuencias y repercusiones que esto puede llegar a tener.

Los factores de riesgo intrínsecos asociados a caídas en el adulto mayor incluyen características demográficas (como la edad, el sexo y el nivel educativo), comportamientos de estilo de vida (como el tabaquismo, el abuso de alcohol, la duración del sueño y los trastornos del sueño), estado de salud (como enfermedades crónicas, la función física y el estado cognitivo) así como los antecedentes previos de caídas (Zhou et al., 2022). Las mujeres suelen tener más probabilidades de sufrir caídas y lesiones secundarias a estas que los hombres (Cuevas-Trisan, 2019).

Las lesiones relacionadas a las caídas incluyen las fracturas de cadera y los traumatismos craneales, además contribuyen a un aumento de los costos de atención para los adultos mayores (Lusardi et al., 2017). Los adultos mayores con baja actividad física y/o alto tiempo de sedentarismo pueden también requerir más medicamentos recetados para controlar sus enfermedades crónicas. Lo anterior relacionado a la falta de beneficios de la actividad física y/o los efectos nocivos de pasar una gran cantidad de tiempo en actividades sedentarias (De Souza et al., 2023).

La fuerza, el equilibrio y la integración sensorial dentro de los factores físicos y junto con los factores cognitivos como la atención y la planificación motora dentro tienen un impacto directo en el rendimiento de la marcha y por lo tanto, dan como resultado un mayor riesgo de caídas en esta población (Zhang et al., 2019).

Algunos déficits sensoriales relacionados con el riesgo de caídas suelen ser el vértigo posicional paroxístico, pérdida vestibular unilateral o bilateral, trastornos centrales (trastornos neurodegenerativos o vasculares, hipofunción cerebelosa, ataxia), así como la presencia de ansiedad, vértigo fóbico y pérdida cognitiva (Politi et al., 2022). Los trastornos de la marcha y el equilibrio generalmente tienen un origen multifactorial y suelen estar relacionados con afecciones médicas subyacentes (Cuevas-Trisan, 2019).

En cuanto a la fuerza muscular, esta alcanza su punto máximo a los 30 años en los hombres y se mantiene hasta aproximadamente los 50 años. Sin embargo, después de esta edad, hay una disminución gradual de la fuerza estimada en aproximadamente un 12-15% por década hasta la octava década de vida (Lin et al., 2024).

El control del equilibrio no solo depende de la agudeza sensorial y la fuerza muscular, sino que está regulado por procesos neurológicos y cognitivos, por lo tanto, la cognición también es crucial para el mantenimiento del equilibrio y la locomoción segura, con deficiencias evidentes en las personas mayores que tienen una reducción en sus funciones cognitivas (Sturnieks et al., 2025).

El adulto mayor frágil

Todos los factores antes mencionados se encuentran estrechamente ligados al desarrozllo de fragilidad en el adulto mayor, la cual, se considera un síndrome biológico que resulta en vulnerabilidad a consecuencias adversas para la salud, mayor riesgo de enfermedades sistémicas, mayor riesgo de caídas, discapacidad, institucionalización, hospitalización y mortalidad (Wang et al., 2022).

La fragilidad puede comenzar antes de los 65 años, pero su aparición se intensifica en personas de 70 años o más. No obstante, no necesariamente representa una parte obligatoria del proceso de envejecimiento y muchos adultos llegan a edades avanzadas sin desarrollarla (Dent et al., 2019). Lo anterior, dependerá de la interacción y presencia de factores biológicos, sociales, cognitivos, ambientales y genéticos.

Alrededor del 10% de los adultos mayores de 60 años, el 15% de los de 75 a 84 años y alrededor del 5% de los de 85 años o más sufren de fragilidad (Deng et al., 2023). Sin embargo, estos porcentajes pueden verse alterados debido a la amplia variación en las definiciones y las herramientas diagnósticas actualmente utilizadas (Ni Lochlainn et al., 2021).

Las causas subyacentes de la fragilidad no se entienden aun por completo, pero los posibles mecanismos incluyen un mayor estrés oxidativo, daño del adn, inflamación crónica, senescencia celular y disfunción mitocondrial (Yılmaz et al., 2024). Así mismo esta condición está impulsada globalmente por la acumulación gradual, a lo largo de la vida, de defectos moleculares y celulares que repercuten en diferentes órganos y sistemas (por ejemplo, músculo esquelético, cerebro, sistemas respiratorio, cardiovascular y endocrino) (Arosio et al.,2023). Ejemplo de ello es la evidencia que establece claramente una asociación entre la fragilidad y la función y estructura del musculo esquelético considerando a la sarcopenia (pérdida de masa muscular) como factor de riesgo clave para el desarrollo de esta entidad (Angulo et al., 2020).

La fragilidad se puede observar en marcadores físicos tales como la pérdida de peso involuntaria, reducción de la fuerza de agarre, disminución de la resistencia, reducción de la velocidad al caminar y reducción del nivel de actividad (Golbach et al., 2024). Es así que el fenotipo de fragilidad propone que se defina como un síndrome clínico en el que se cumplan tres o más de los criterios siguientes: pérdida de peso no intencional (≥10 libras en el último año), agotamiento autoinformado, debilidad (fuerza de agarre), velocidad de marcha lenta y baja actividad física (kcal activas gastadas por semana) (Doody et al., 2023).

Se necesitan enfoques efectivos para evitar o posponer la aparición de la fragilidad y apoyar un envejecimiento saludable en la sociedad (Kikuchi et al.,2021). Es por ello que las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2021 sobre actividad física, recomiendan que los adultos mayores realicen actividad aeróbica regular y de fortalecimiento muscular que incorpore entrenamiento de fuerza y equilibrio para mejorar la función física y prevenir caídas (Pinheiro et al.,2022).

Para contrarrestar el efecto del proceso de envejecimiento y evitar avanzar hacia un estado de fragilidad, se debe fortalecer la reserva funcional, especialmente mediante la actividad física. La cual incluye el ejercicio, la actividad en el tiempo libre, los deportes y cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que requiera gasto de energía (Billot et al., 2020).

Importancia de la actividad física en el envejecimiento

La actividad física se define como cualquier movimiento producido por los músculos esqueléticos con el consiguiente consumo de energía. Hace referencia a todo movimiento tanto para desplazarse a determinados lugares o como parte del trabajo de una persona. La falta de actividad física así como pasar demasiado tiempo en comportamientos sedentarios como estar sentado, son factores de riesgo para: la obesidad, la hipertensión, la diabetes, la depresión e incluso las demencias (Kehler y Theou, 2019; OMS, 2021).

Se sabe que la actividad física que se practica continuamente durante al menos 150 minutos semanales favorece al sistema cardiovascular y por lo tanto tiene un efecto positivo en el flujo sanguíneo cerebral (p. ej. mejor oxigenación) a lo anterior se suma el hecho de que el ejercicio físico incrementa la liberación del Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro (BDNF), mismo que está relacionado con el aprendizaje y la plasticidad cerebral.

Sumado a lo anterior estudios de imagen cerebral han mostrado que adultos mayores entre 55 a 85 años que realizaron caminata a velocidad moderada durante 40 minutos por 6 meses o más incrementaron el volumen del hipocampo, estructura cerebral que se ha relacionado con procesos de memoria (Ericksona et al., 2011).

(Ericksona et al., 2011). Otro estudio mostró que adultos mayores de 66 a 70 años que practicaron entrenamiento de fuerza y cardiovascuclar en sesiones de 31 a 45 minutos mejoraron en varios procesos cognitivos como: la memoria espacial, las funciones ejecutivas y la velocidad de procesamiento (Colcombe & Kramer, 2003).

Desafortunadamente a nivel mundial, 1 de cada 4 adultos no alcanza los niveles de actividad física recomendados (OMS, 2021). Un nivel bajo de actividad física, a su vez se asocian con mayor riesgo de caídas y fracturas en las poblaciones de adultos mayores (Mattle et al., 2022; Ramsey et al., 2021; Silva et al., 2019).

Aunque los adultos mayores tienen las tasas más altas de las enfermedades crónicas ya mencionadas, son el grupo de edad menos activo físicamente y pasan una proporción significativa de su día siendo sedentarios (Nuzum et al., 2020).

A su vez en el proceso de envejecimiento, muchos factores impiden que las personas mayores lleven una vida físicamente activa entre ellos: la mala salud, la falta de compañía, la falta de interés, la falta de habilidades y la falta de oportunidades (Kwan et al., 2020). Ante esta situación se necesita sensibilizar a la población sobre la importancia de la actividad física en el adulto mayor para posteriormente implementar estrategias de intervención.

Se ha demostrado que un aumento de 10 minutos en la actividad física moderada a vigorosa se correlaciona con tasas más bajas de discapacidad, lo que indica que niveles más altos de actividad física pueden ayudar a reducir la incidencia de discapacidad en poblaciones de mayor edad (Lim et al., 2024).

La actividad física también proporciona a las personas beneficios para la salud y mejoras en la capacidad funcional, disminuyendo los riesgos de enfermedades, mejorando la composición corporal y la pérdida de peso. A su vez, también aporta beneficios psicológicos incluido un mejor estado de ánimo y una disminución de la depresión y la ansiedad (An et al., 2020). En el adulto mayor mantiene la independencia física incluso en tan solo seis semanas (Kiah Hui Siew et al., 2024).

El realizar 1 hora de actividad física de intensidad moderada a vigorosa en lugar de sedentarismo o actividades físicas ligeras se asoció con valores más altos de masa muscular, mayor velocidad de marcha y mayor fuerza de agarre, así como con una reducción a casi la mitad del riesgo de ser sarcopénico (El Assar et al., 2022). Así mismo, se ha demostrado que la actividad física puede prevenir una variedad de condiciones crónicas, incluido el deterioro cognitivo en los ancianos, lo que se asocia con la reducción del riesgo de padecer demencia y enfermedad de Alzheimer en un 28 y un 45%, respectivamente (Guo et al., 2024)


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